24 julio 2017 | Internet

Para qué se usa el dinero: llega la inversión con impacto social

Varias iniciativas promueven la financiación de actividades con efectos positivos para la sociedad y el planeta

Silvia Stang

¿Qué hay bajo la lupa de los inversores? El rendimiento posible de un instrumento financiero, el plazo en el que podrá recuperarse el capital y el riesgo que se asume respecto de una posible pérdida de valor real o incluso nominal son cuestiones que tradicionalmente se consideran. Pero hay un movimiento en el mundo de las finanzas que propone usar una lente más: la que permita ver de qué manera se van a usar los recursos y qué efectos van a provocar en la sociedad y en el medio ambiente.

A las inversiones basadas en poner el foco en ese aspecto (sin perder de vista otros factores, como la rentabilidad) se las llama “de impacto”. De alguna manera, es la pata financiera de las formas de la economía que se propone producir bienes y servicios con conciencia por lo que ocurre alrededor, fijándose metas concretas que tienen que ver con la mejora de la calidad de vida -sobre todo en poblaciones vulnerables- y con la reducción o la reversión de los daños causados al planeta.

“Estamos en una época de cambio de paradigmas, una época marcada por la crisis financiera global de 2008, las crisis sucesivas en nuestro país, el surgimiento de una forma de producir que tiene que ver con la conciencia de que los recursos son finitos, y una generación de jóvenes que empuja para que se produzca el cambio”, afirma María Laura Tinelli, directora de Acrux Partners, una consultora de inversiones de impacto con foco en América del Sur. Tinelli es una de las promotoras del Grupo de Trabajo de Inversión de Impacto, que integran el BID, empresas como MercadoLibre, Natura y Banco Galicia, organizaciones como la Fundación Avina y el gobierno porteño, entre otros actores sociales. Desde ese grupo se intenta incentivar una primera etapa de inversiones de este tipo.

“Nosotros estamos en pleno proceso de conseguir fondos, ya tenemos confirmaciones de inversores por un tercio de los US$ 120 millones a los que nos proponemos llegar, y esperamos formalizar en los próximos meses el fondo de impacto para financiar proyectos en América latina”, afirma Gonzalo Costa, socio fundador de NXTP Labs, que aporta recursos a iniciativas vinculadas con la tecnología. NXTP es parte del citado grupo de trabajo, y recientemente fue seleccionado por el Fondo Multilateral de Inversiones (Fomin) del BID, que le aportará US$ 5 millones.

El objetivo es financiar entre 30 y 40 compañías que operen en FinTech (servicios financieros), AgTech (actividad agropecuaria), EdTech (educación), CleanTech (servicios que reducen o evitan la contaminación), marketplaces (espacios de comercialización), SaaS para pymes (servicios de software), economía colaborativa (disposición de recursos propios para actividades económicas) y tecnologías disruptivas, siempre que tengan metas vinculadas con lo social.

“Los emprendedores de América latina tienen mucho trabajo hecho en innovación y tecnologías, y también tienen mucho de frustración por las carencias que hay en la región en materia de salud, educación, vivienda, agua, energía…”, señala Susana García Robles, oficial principal de inversiones a cargo del Grupo de Financiamiento en Etapas Tempranas del Fomin, del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esas frustraciones (que así pueden ser leídas desde la percepción personal y que se esconden tras las estadísticas que marcan fuertes déficit sociales) son, de alguna manera, la fuente de inspiración para gran parte de los proyectos de impacto, que se fijan como objetivo aportar soluciones a parte de esos problemas.

Para García Robles, quienes alientan la inversión de impacto deben considerarla como una cuestión protagónica y no de nicho. Los promotores de este tipo de finanzas dicen que, con el tiempo, todas las inversiones deberán ser conceptualmente de impacto, porque confían en que las nuevas economías (las formas sustentables de producción) deben marcar el rumbo para que la actividad, en su totalidad, se ponga en línea con los principios del respeto por el ambiente y las personas.

Desde el Fomin se empezó a invertir en fondos ambientales hace más de 20 años. Y hoy García Robles considera un error que en aquel primer momento se haya relegado la cuestión de conseguir o no un retorno económico. Porque la lección aprendida indica que si no hay retorno, se termina la inversión y, por tanto, no hay impacto social.

Rendimientos

“Un retorno de mercado puede convivir con el impacto social”, afirma Fernando Chuit desde Pegasus, que por estos días está armando su propio fondo de impacto social, al que prevé destinar US$ 30 millones. “Queremos que el 50% provenga de inversores locales y el 50% del exterior, y esperamos que esté conformado antes de fin de año”, dice Chuit. El fin será financiar proyectos que busquen resolver problemas de la clase media emergente (acceso a vivienda, atención a adultos mayores, por ejemplo) o que estén relacionados a temas ambientales (tareas de reciclado o generación de energías de fuentes renovables). Los resultados que se obtengan desde lo social y ambiental deben ser medibles e informados, agrega. “Es genuino que, a la vez, se busquen retornos financieros y que ésta sea una opción para el inversor tradicional”, agrega.

Tinelli refuerza esa visión al decir que hay un cambio en el concepto de la filantropía: se pasa de la idea de donar a la de poner los recursos propios a disposición -y a manera de inversión- para que se los utilice de manera estratégica en un proyecto que sea sostenible en el tiempo.

En el mundo, las inversiones de impacto identificadas llegaron este año a US$ 114.000 millones, según un informe del Global Impact Investing Network, una organización con sede en Nueva York. De ese total, sólo 5% está en América latina.

Localmente, una iniciativa que empezó a ser financiada con este tipo de instrumentos es la plataforma EMI: para su desarrollo se invirtieron por ahora $ 230.000 del fondo Vira. “EMI es una plataforma que facilita la búsqueda de trabajo a los sectores medios y bajos de la sociedad, y ayuda al mismo tiempo a las empresas a encontrar más rápido y de manera más eficiente a los candidatos; se basa en el uso de inteligencia artificial”, explica Pablo Simón, fundador de Vira, un fondo que está trabajando en levantar capital para armar un plan a 4 años.

En la misión de alentar la inversión de impacto, el rol de los gobiernos aparece como fundamental, si se considera que los problemas que se busca atacar son tales que cualquier solución que no involucre a múltiples actores o que no busque, en su conjunto, un efecto expansivo, no logrará una transformación de gran alcance para la sociedad.

Desde el GCBA señalan que están trabajando en el lanzamiento de un bono, bajo la modalidad de un “vínculo de impacto social”. Los bonos de impacto son instrumentos que ofrecen una tasa de retorno atada al cumplimiento de un objetivo que implica una mejora social. Según Adolfo Díaz Valdez, director de Planificación Estratégica del gobierno porteño, en estos días se está definiendo el target al que se apuntará, el modelo de contratación de quienes darán servicios para el cumplimiento de las metas, y las métricas para evaluar los resultados. El plan estaría listo hacia fines de agosto, según agrega el funcionario.

También con participación de los sectores público y privado, los llamados bonos verdes se proponen obtener recursos para financiar la economía cuidadosa del medio ambiente. Pablo Cortinez, coordinador de Negocios y Ambiente de la Fundación Vida Silvestre, advierte que en este aspecto, la Argentina va muy por detrás de otros países, incluso de la región. Recuerda que la primera emisión de este tipo en el país fue la realizada en febrero por la provincia de La Rioja, por US$ 200 millones, para la construcción de un parque eólico, es decir, para la generación de energías de fuentes renovables.

“Es momento de que la Argentina se ponga las pilas”, dice Cortinez, que hizo su trayectoria laboral en el mundo de las finanzas hasta que llegó a la fundación. Esa fusión, la del mundo del financiamiento con la de las actividades que promueven la economía responsable, es necesaria para que producir desde un modelo de sustentabilidad bien entendido, tenga fuerza y continuidad.

Fuente: La Nación

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